miércoles, 25 de septiembre de 2019

Antecedentes de un parque urbano, (II)

Parque del Túria, cronología histórica.


 
  Desde el nacimiento de la ciudad de Valencia junto al rio Túria, en el 138 a.c. por los Romanos, estaba situada en el entorno geográfico ideal en que se erigían las poblaciones urbanas de aquella época, es decir, a orillas del cauce de un río, relativamente cercanas a una costa de litoral accesible, con abastecimiento de agua dulce y tierras espaciosas aptas para el cultivo. Pero estos paisajes inaugurales de la Valentia Romana, iban a ser modificados de forma paulatina y tozuda durante los tiempos históricos siguientes, y esto debido a los frecuentes desbordamientos del Turia y la consiguiente erosión registrada en su sistema fluvial.

  Efectivamente, hay constancia documental y arqueológica de las crecidas del Turia y de sus consiguientes desbordamientos del río desde los tiempos más remotos de la fundación de la ciudad, en un fragmento de la monografía “Río y Ciudad: El caso de Valencia”, podemos leer:









El caso de la llanura aluvial costera de Valencia es un claro exponente de la transformación histórica del paisaje. Entre 1321 y 1957 se registran 22 desbordamientos del Turia, 11 crecidas y 15 noticias de inundación sin referencia a la magnitud o alcance del acontecimiento. Además, en el subsuelo del casco antiguo de la ciudad, aparecen las huellas de otras inundaciones de época romana y musulmana; mientras que en la época visigoda la ciudad no se inunda”.

Y mas adelante, en otro fragmento, se dice:

En las excavaciones arqueológicas encontramos los sedimentos dejados por estas riadas: desbordamientos de los siglos I y II a.C. en la Plaza de L’ Almoina y en la Costera del Toledà. En época romano- imperial ( siglos I al IV d.C), en el subsuelo de la calle del Mar, en la Plaza de Zaragoza y plaza de Nápoles y Sicilia. En época musulmana (siglos IX, X y XI) la ciudad se inunda de forma catastrófica: aparecen casas con las paredes reventadas por la presión del agua y pozos cegados por gruesas capas de canto, grava y arena acarreados por el río durante la crecida. Vestigios de estas inundaciones aparecen nuevamente en la plaza de l’Almoaina, la calle del Mar, la calle Barón de Petrés, els Banys de l’Almirall y la calle Sabaters, situados en el casco histórico de la ciudad”.

 
 Las primeras avenidas documentadas son relativamente recientes, ya que datan de mediados del siglo XVIII (1760), Las publicó el doctor Agustín Sales, Cronista de Valencia, en un opúsculo escrito en latín titulado “Turiae marmor”. Se trata de una enumeración sistemática de las avenidas del Turia, es un relato breve, ya que es una incompleta descripción de apenas nueve páginas, en la que aparecen registradas únicamente trece riadas, monografía que se inicia con la avenida del año 1328 y finaliza con la inundación de Valencia de 1731.

  Mas tarde, y espaciados en el tiempo, Teixidor, V.Boix, Carboneres, Llombard y algún otro autor publicaron ensayos parciales en los que abordaban el tema. No hay constancia de que exista más bibliografía al respecto, y no es hasta mediados del siglo XX, en que, al ocurrir la doble riada de Octubre de 1957, que superó en violencia a todas las anteriores, Francisco Almela y Vives, de las Reales Academias Española y de la Historia, hizo una recopilación que tituló “Las riadas del Túria,(1321-1949)”.
 
  Se trata de una obra, que es una relación escrita con un criterio histórico y que reúne información sobre las avenidas acontecidas en la capital Valenciana con anterioridad a la avenida de 1957, porque, el objetivo primordial de la obra, consistió en reunir la documentación necesaria para elaborar, con sistemático rigor histórico, un estudio cronológico de las riadas del Turia a su paso por Valencia durante los seis últimos siglos, siendo básicamente esta obra, la principal fuente de referencia utilizada en la realización del presente artículo.

  En el periodo que abarca desde 1321 hasta 1957, se registran en la publicación de Francisco Almela, 22 desbordamientos, 11 crecidas y 15 noticias de inundaciones del Turia en Valencia. En el primero de los ocho capítulos de que consta la obra, trata de las más importantes avenidas de los siglos XIV y XV. Inicia la enumeración de riadas con la primera de la que hay noticias documentadas, después de que Jaime el Conquistador tomara Valencia, inundación que tuvo lugar el 16 de octubre de 1321 y de la que aporta la siguiente información:

El día 16 de dichos mes y año,(Octubre, 1321) el Justicia y los Jurados de la Ciudad publicaron un bando haciendo saber que, como por el aumento de las aguas del Guadalaviar a consecuencia de abundantes lluvias, se habían caído en parte algunos puentes, muros y barbacanas de la población, se prohibía a todo hombre y mujer, de cualquier ley o condición, que cogiera o mandara coger, de noche o de día, abierta u ocultamente, piedras, argamasa, tierra, ladrillos o madera de dichos muros, puentes y barbacanas. Y quien tal hiciere pagaría como castigo sesenta sueldos tantas veces como lo hiciera”.

Los estragos causados por la riada se deducen asimismo de una carta que en 24 de octubre de 1321 dirigieron al Rey, D. Jaime II el Justo, los Justicias, Jurados y Consejeros de la Ciudad. En aquella le decían poco más o menos, que las abundantes aguas pluviales habían determinado el derrumbamiento de muchas casas dentro y fuera de las murallas, aparte de los numerosos edificios que se hallaban en peligro de que les ocurriera lo mismo. Además, habían caído las bóvedas de los Puentes del Real y de los Catalanes, posteriormente llamado de la Trinidad. Con todo ello, la gente padecía mucho, porque no había pan, debido a que los hornos carecían de leña. Tampoco había cal ni ladrillos para reparar las casas derrumbadas y las que estaban a punto de caerse, donde, por cierto, habitaban las personas con peligro de muerte. Por otra parte, también faltaba la carne, porque los carniceros no tenían sitio para guardar el ganado…

  El autor, continúa enumerando exhaustiva y cronológicamente las riadas y citando algunas particularidades de los daños en puentes, casas y murallas y de los bandos de las autoridades para evitar latrocinios, alguna vez hace alusión al tiempo atmosférico y a las particularidades de la inundación, y de si se hicieron rogativas para que cesara la lluvia, de esta manera tenemos registros del 6 de noviembre de 1340, de la del jueves 17 de agosto de 1358, de la del 17 de noviembre de 1475 que fué muy generalizada y extensa en el tiempo, ya que entró el mes de enero de 1476 y las lluvias prosiguieron con más crecidas de ríos, barrancos y desbordamiento de pozos, los predicadores sólo hablaban de aquella situación caótica, que sin duda era el “justo castigo merecido por los muchos pecados cometidos”, y no fue hasta comienzos de febrero, que no se afianzó el buen tiempo.

  Pasaron doce años, sin ninguna avenida desastrosa, hasta que el 28 de octubre de 1487, a primeras horas de la tarde, vino el Turia muy crecido, siendo extraordinaria aquella inundación, hay que decir que las aguas desbordadas se extendieron a muchas alquerías, causando estragos incalculables y se vinieron abajo casi todos los molinos, obstruyéndose las acequias y quedando embarradas las tierras labrantías.
El 3 de octubre de 1517, los Jurados de la Ciudad dirigieron una epístola al joven rey Carlos I, recién llegado a España, que había desembarcado en Villaviciosa el 19 de septiembre de aquel mismo año, días antes de la riada. Le informaban someramente de lo sucedido.

  El investigador catalán Fontana Tarrats, en sus compilaciones documentales dedicadas a incidencias meteorológicas en lo que hoy son las comunidades autónomas de Cataluña, Valencia y Murcia, nos dice en relación con la riada Valenciana de 1517, que las lluvias ya habían comenzado 40 días antes del desbordamiento del Turia; que a las 4 de la tarde del día 27 las aguas habían inundado casi todos los barrios de Valencia, además de sus puentes, y que en la Ciudad se derrumbaron multitud de casas. Cita como ejemplo la calle de Murviedro, en la que desaparecieron sesenta edificios.

  Fuera de Valencia, Fontana refiere que hubo grandes tormentas en Utiel, donde cayeron varios trozos de muralla y que los destrozos se dejaron sentir en Sumarcárcer, Gabarda, Alcácer, Alcira, Algemesí y, sobre todo, en Carlet, donde desaparecieron cien casas. Añade que 1517 fue un año de terremotos y que dos meses después de la gran riada, en las primeras horas de la tarde del 21 de noviembre de 1517, Játiva sufrió un seísmo de gran intensidad, que repitió al día siguiente. En Cataluña, a comienzos del mes de noviembre de aquel mismo año, un temporal de lluvias se mantuvo muy activo, lloviendo profusamente, sin parar, durante dos noches y un día, ocasionando grandes daños y causando la muerte a muchas personas, como consecuencia, se produjeron importantes inundaciones en el Llobregat, en Vich y, sobre todo, en las riberas del Ebro.


  Desde esta inundación de septiembre de 1517 transcurrieron veintitrés años sin sucesos de esta naturaleza, hasta el 5 de octubre de 1540. Seis años después sobrevino la inundación del día de San José de 1546. Y más tarde, las riadas de 1555, de 1557, de 1577 y de 1581, en la que el río vino tan crecido que pasó por encima del Puente del Real, riada que se reprodujo los días 22, 23 y 25 de septiembre y que afectó a todo el Reino de Valencia. Otra nueva inundación catastrófica sobrevino en el mes de octubre de 1589, posteriormente habría mas avenidas.

  Pero como sería demasiado largo y reiterativo continuar la enumeración de las crecidas y desbordamientos del Turia en los cuatro siglos que siguieron, se concluye este artículo con unos apuntes sobre la última inundación Valenciana, la del año 1957, que tuvo además, extraordinarias repercusiones en el futuro urbanístico de la Ciudad del Turia y como consecuencia de estas actuaciones, se puso fin a la reiterada serie de riadas Valencianas de los últimos siglos.


  En la publicación, La crónica del siglo XX”, de Plaza & Janés, Editores, S.A.”, resume la efemérides Valenciana del 14 de octubre de 1957 en estos términos:

Los temporales de lluvia, que durante las últimas semanas azotan España, han tenido una triste manifestación en la zona de Valencia. El río Turia se ha desbordado a las dos de la madrugada, inundando la capital con una pavorosa riada, que afecta a dos tercios de la población. A media mañana, las aguas comenzaron a retroceder; sin embargo, al mediodía, comenzó de nuevo a llover, en medio de gran aparato eléctrico. No se recuerda una tragedia tan grande desde 1879. En algunos puntos, el agua alcanza los dos metros”.

Fuera de la capital, el desastre es también enorme. Centenares de viviendas destruidas en Catarroja, Chivas, Masanasa, Albal; un barrio entero de Carlet; desolación casi completa en Nazaret; desbordamientos del Magro en Algemesí; del Jucar, en Alicante y del Segura en Orihuela. Más de ochenta muertos y miles de millones en pérdidas.”

  Cabe reseñar que cuando se habla de grandes riadas en Valencia siempre acude a la memoria colectiva la de octubre de 1957, que fue la última en producirse y quizá la que se recuerda como la más catastrófica, pero no fue la única vez que el Turia se desbordó con consecuencias trágicas. Ya que tan solo ocho años antes, el 28 de septiembre de 1949, las lluvias torrenciales descargadas sobre las cadenas montañosas que circundan la plana litoral Valenciana hincharon no sólo el río sino también los barrancos adyacentes, como el de Catarroja y el Carraixet, lo que provocó que se inundara toda la huerta, con la capital en el centro, y que se contabilizaran igualmente cuantiosos daños en poblaciones más al interior, como Bétera, Cheste, Lliria o Pobla de Vallbona.

  En Valencia hubo 41 muertos, según los datos oficiales, aunque siempre se supuso que hubo más víctimas mortales, porque lo cierto es que la riada se llevó por delante más de dos mil chabolas que había en el cauce del Turia, donde vivían varios miles de personas. La gran mayoría de los habitantes de este suburbio tercermundista alcanzaron a ponerse a salvo, pero no se llegó a conocer cuántas personas pudieron desaparecer sin que hubiera otras que las echaran en falta, porque es de imaginar que no todas estaban debidamente censadas ni vivían con familiares que denunciaran su ausencia. Según las crónicas de la época, también en otros pueblos afectados por la riada hubo más víctimas mortales, como seis en Bétera, una en Almàssera y Cheste, dos en Lliria (por culpa de una chispa eléctrica causada por unos cables caídos). También se registró una gran mortandad de animales de granja, que poblaban casi todas las casas y alquerías de la huerta, y de caballerías, que representaban la fuerza motriz en el campo.

  Aquel episodio de finales de septiembre de 1949 debió de ser, meteorológicamente, lo que hoy denominamos 'gota fría', un fenómeno concentrado en una concreta área geográfica, pero se desarrolló en medio de un extenso temporal de lluvias que afectó con intensidad a casi toda España, ocasionando inundaciones locales y graves pérdidas agrícolas y en infraestructuras en casi todas las regiones. En Valencia, las zonas más dañadas fueron las de Nazaret y el Grao, pero también desapareció el 'puente de Madera', que estaba frente a la 'Estacioneta del Trenet', que se volvió a construir y volvería a llevarse la riada del 57. En la huerta se perdieron las cosechas, al igual que sucedió en puntos de La Ribera, como Carcaixent, y de La Safor, como Oliva. Un grave problema añadido en la Valencia de aquella época de postguerra, con penurias, escasez y racionamiento de comida.


  Veinticinco años después de la última inundación catastrófica de Valencia por las desbordadas aguas del río, en el año 1982, el alcalde de la Ciudad del Turia, Sr. Pérez Casado, inauguró un monumento en recuerdo de las innumerables personas que habían perecido víctimas de las riadas a lo largo de todos los tiempos. Este monumento está situado en la explanada de la antigua estación del ferrocarril de Aragón, rodeado por una pequeña alberca y un bebedero de fuego en el centro. Es una obra de líneas esquemáticas muy estilizadas, formado por dos cuerpos rectilíneos cubistas de 16 metros de altura, paralelos y casi verticales, con los que se pretende glorificar y mantener vivo el recuerdo de quienes perdieron la vida en la última riada de 1957 y en todas las anteriores, fue hecho en piedra artificial, por encofrado, con diseño del escultor Valenciano, Ramón de Soto Arándiga.



Bibliografía:

Río y Ciudad: El caso de Valencia”, de Pilar Carmona y Joan Olmos.
Las riadas del Túria (1321-1949)”, de Francisco Almela y Vives.
La crónica del siglo XX”, de Plaza & Janés, Editores S.A
El tiempo en España durante el año agrícola 1957-58”, (del calendario meteoro-fenológico), de J. Fernández Campa,


Ramón Gijón, delineante proyectista.
Fuentes, Artículo (2003), de Carmen Gozalo de Andrés, Licenciada en Historia, hemeroteca de las provincias y Universitat de València.






jueves, 12 de septiembre de 2019

Los escalones

Los escalones.

 En un patio trasero ajardinado, no siempre vamos ha tener un suelo llano, lo mas usual es que tenga pendiente hacia algún lado o tenga desniveles, inevitablemente cuando nos desplazamos por un sendero mas tarde o mas temprano nos encontraremos con un desnivel que tendremos que salvar con unos escalones, esto que nos puede parecer un gran inconveniente, en realidad es un buen recurso para aprovechar en nuestro favor, ya que es un elemento que bien arropado por plantas de cobertera y con una buena estética y los materiales adecuados nos dará mucho juego.

  En cuanto a los materiales tendremos que utilizar los mismos que hayamos utilizado en el resto de elementos, con el fin de no crear estridencias, es decir, si en el sendero tenemos piedra, los escalones los resolveremos con piedras, esto es un pauta a seguir en le diseño de jardines, es decir, conviene utilizar pocos materiales pero que estén bien cohesionados en el conjunto, también hay que cuidar la escala, esto es, los escalones que guarden una proporción con el resto de elementos y en general con todo el jardín, de esta manera conseguiremos tener un conjunto armonioso.


  El primer paso será medir la distancia a recorrer y la altura a salvar, para ello pondremos un jalón en la parte inferior y mediremos la distancia desde el punto alto en horizontal hasta el jalón, marcaremos en el mismo y mediremos la altura, de esta forma sabremos cuantos escalones necesitaremos, teniendo en cuenta que una medida cómoda para jardín es de unos 15 o 17 cms. de contrahuella y unos 40 cms. de huella, por lo que las distancias obtenidas las dividiremos por las huellas o las contrahuellas y nos dará el número de escalones.


  La forma mas cómoda de trabajar es empezar desde abajo, excavando la primera huella, si la huella fuese de 40 cms. excavaremos el doble para poder montar la segunda huella sobre esta, previamente formaremos el cimiento de la primera y la montaremos, una vez montada formaremos el cimiento de la segunda huella y repetiremos el proceso, hasta llegar a la cota de arriba, cuando se replantea la siguiente huella tenemos que medir desde la contrahuella anterior, ignorando el pequeño vuelo de la huella y siempre tenemos que cuidar los niveles y las caídas para que el drenaje sea correcto. También tenemos que prever el paso de canalizaciones de riego o eléctricas, para acometerlas antes.



Ramón Gijón, delineante proyectista.

jueves, 5 de septiembre de 2019

El jardín Mediterráneo.

El jardín Mediterráneo.


  El jardín Mediterráneo es la herencia y la evolución de los jardines Islámicos, (ver el art.), estos jardines se implantaron a lo largo de la cuenca Mediterránea, y todavía hoy en día hay muchos lugares en España en donde podemos disfrutar de su belleza, (ver art. los jardines en el antiguo Islam), con el tiempo también han recibido influencias del paisajismo Inglés, (ver el art.), esto es así, porque se pueden conjugar los dos conceptos, es decir, mantener recintos cerrados y al mismo tiempo mantener una recreación natural de la naturaleza, mimetizándose con el entorno al hacer uso de plantas autóctonas o muy bien adaptadas, como se verá mas adelante.


  Estamos ante unos jardines que ofrecen una gran belleza, ya que en ellos se alternan las zonas de sombra y las zonas de agua con otras donde el sol es el protagonista, son respetuosos con el medio ambiente, ya que se adaptan muy bien a la climatología de buena parte de España, ya sea en la costa o en su interior, en el que los inviernos no son demasiado rigurosos y los veranos padecen de una fuerte y prolongada sequía estival, en estos jardines se aprovecha muy bien el agua, un recurso fundamental, por lo que siempre están presentes albercas, canalillos de agua serpenteando y pequeños surtidores que aportan frescura y un aire romántico, y además son eco-sostenibles, ya que su mantenimiento es fácil y requieren poco riego, por lo tanto, las plantas son capaces de soportar varias semanas sin riego en caso necesario, se trata de especies autóctonas o perfectamente adaptadas a la baja pluviosidad durante varios meses al año, esta es la razón de que este tipo de jardín predominara antes de que se impusiera la moda de tener grandes praderas de césped, al estilo Anglosajón, insostenibles desde el punto de vista económico y medio ambiental atendiendo a nuestra climatología Mediterránea.


  Las especies vegetales que siempre, en mayor o menor medida están presentes en estos jardines son, árboles de sombra como pinos, moreras, cipreses o laureles, también tenemos frutales autóctonos como limoneros, naranjos, higueras, caquis, olivos, almendros, madroños, o granados, que además de proporcionar sombra proporcionan frutos y aromas, en las rocallas y en los muros de contención, podemos ver una variedad enorme de plantas aromáticas, curinarias y medicinales como, lavandas, tomillos, romeros, albahacas, santolinas, menta, hierbabuena, melisas salvia, ajedrea, etc., como telón de fondo en paredes y separaciones, siempre tendremos parededes encaladas de blanco o de color albero, allí podremos ver parras, hiedras, buganvillas, jazmínes, bignonias, etc., también se aporta mucho colorido en los detalles, esto lo vemos reflejado en los maceteros que contienen pequeñas plantas de flor como claveles, geranios, tagetes, gazanias, verbenas, antirrinos, alisos, Margaritas, aves del paraíso, rosales, brezos, lantanas o esparragueras entre otras, así como en los pavimentos de cerámica, en los mosaicos, en las tejas y en los azulejos que aportan color y armonía al jardín, aquí es donde más se aprecia la herencia y la sabiduría Andalusí. 
 

 También encontraremos gran variedad de arbustos como, adelfas, galanes de noche, mirtos, retamas, hibiscos, viburnos, cotoneasters, o lentiscos.
En cuanto a crasas, podemos ver, aloe vera, kalanchoes, sedum, o agaves.
Por último, la nota exótica la tendremos con, palmitos, datileras, o whasintonias.

  En el jardín Mediterráneo, y después de lo expuesto hasta ahora, es de sentido común que su diseño y planificación, se harán en base a unos criterios de consumo de agua ecoeficientes y sostenibles, es decir, se trata fundamentalmente de hacer un uso racional del agua de riego cuando llega el verano, precisamente la estación de mayor sequía y en la que el incremento del consumo hídrico de las plantas es mas acuciante.


  Curiosamente en la década de los 80, las pautas tradicionales del jardín Mediterráneo fueron copiadas en los Estados Unidos, inspirados en el uso racional que aquí se hacía del agua y ante la creciente demanda de agua per cápita en sus medios urbanos, así como la imposibilidad de mantener los jardines urbanos en periodos de sequías, nac y se desarrolló en el Estado de Colorado el término Xeriscape (Xerojardinería o Seco-jardinería en Español), (ver el art. El Xerojardín) que aglutina un conjunto de principios y técnicas para hacer más eficaz y sostenible el consumo del agua en la jardinería, y que hoy en día son plenamente aceptadas por la gran mayoría de urbanistas, paisajistas y jardineros, conscientes de que hay que crear jardines bonitos, pero sostenibles y respetuosos con la diversidad local.



Ramón Gijón, delineante proyectista.