jueves, 11 de junio de 2020

Sorolla, el jardín pintado

El jardín pintado.

  La fascinación de Joaquín Sorolla por la naturaleza y por la pintura al natural no se manifestó sólo en sus famosos cuadros de mar, playas, barcas, niños y pescadores, también fue un espléndido pintor de jardines, tal como se muestra en obras dedicadas al jardín doméstico de su casa que, perfectamente mantenida y abierta al público, es el oasis que en el centro de Madrid, alberga el Museo Sorolla. En 2016 el Museo Sorolla de Madrid exhibió “Tierra adentro”, una exposición que para muchos fue el redescubrimiento de la inmensa calidad del Sorolla pintor de paisajes interiores, una pasión compartida con su amigo Aureliano de Beruete. Lejos de su Levante, el Valenciano supo captar la luz diferente y los colores pardos y verdes de la sierra de Madrid, de Asturias, de Cantabria y del País Vasco.

 Dentro de la faceta de gran paisajista, el gusto de Sorolla por los jardines se despertó en el Alcázar de Sevilla y en la Alhambra de Granada y siguió desarrollándose a lo largo de su carrera. En particular, la combinación de arquitectura y vegetación de la Alhambra y la presencia constante del agua, el rumor de las fuentes y los reflejos en las superficies de las albercas, típicos de los jardines andaluces, toda esta magia del Sur, fue captada por el pintor levantino como nadie, ya que a la Alhambra Sorolla dedicó hasta 47 paisajes, realizados durante tres viajes en 1902, 1909, 1910 y 1917. Desde allí mantuvo el rito de la correspondencia que con frecuencia casi diaria mantenía con su esposa Clotilde incluyendo a veces entre las páginas del correo las flores -azahar, violetas, claveles- que iba descubriendo mientras plasmaba los rincones de los jardines Andaluces y propagaba, como buen institucionista y regeneracionista, la recuperación y protección de los jardines históricos Españoles. (ver art. el jardín urbano)

 
 También la vegetación aparece con frecuencia como escenario de fondo de los retratos de exterior de Sorolla, esto se vé en el retrato de Louis Tiffany (1911) o el de su hija María vestida de labradora de valenciana (1906), en ambos se percibe el esplendor de luz de un telón frondoso de arbustos y flores sobre el que se perfilan las figuras. Este tipo de configuración, mantiene un equilibrio de la composición. Fue una innovación destacada en el modelo de retrato Español, que siempre tenían fondos parcos y austeros.

 De esta manera, el Sorolla maduro, enamorado y consagrado, mientras realizaba los grandes murales de la Hispanic Society, encontró el tiempo y la calma necesarios para profundizar en su faceta paisajista y desarrolló el proyecto íntimo y personal de crear su propio jardín, a comienzos de 1910 y con la construcción de su nueva casa en la calle Martínez Campos de Madrid, Sorolla, (hoy museo Sorolla), diseñó un jardín Mediterráneo, (ver art. el jardín mediterráneo) inspirado en la jardinería del renacimiento Italiano (ver art. el jardín en el renacimiento) y en la hispano árabe de Andalucía, (ver art. el jardín en el islam) ambas conocidas por él. A estas dos influencias, se añade la influencia de los jardines Valencianos, con sus huertas perfumadas por los naranjos, el silencio de los patios bañados por el sol y la humedad del mar, que Sorolla tanto amaba y que nunca dejó de pintar.


 Allí se pueden admirar los bocetos y dibujos a mano en los cuales el artista, "pintor jardinero" como otros de su generación, fue reflejando sus ideas sobre el proyecto de jardín y moldeando las tres fases del mismo que podemos seguir recorriendo en la actualidad. Y los elementos ornamentales del entorno, como fuentes, azulejos, estatuas y columnas, que adquirió para decorar ese jardín. Cabe mencionar que Sorolla no pinta sus jardines por encargo ni para venderlos. Los crea para sí mismo, por lo tanto tienen un fuerte componente emocional a la que se suma la pincelada espontánea característica del Valenciano nos permiten distinguir en seguida los jardines de Sorolla, siendo similares a los del Monet anciano, o Lieberman, o los creados por otros grandes pintores contemporáneos, como Santiago Rusiñol o Joaquín Mir.

 El acceso a la villa museo es atravesando el jardín, que rodea la villa por dos lados. Este jardín consta de tres espacios, el primero está inspirado en el Jardín de Troya del Alcázar de Sevilla, está centrado en una fuente antigua de mármol y tiene como fondo el pórtico por donde se entraba a la casa de Sorolla. El segundo se inspira en el Generalife Granadino, y es de estilo neoárabe, con un riad longitudinal enmarcado por surtidores y una pequeña alberca al final del mismo. En el tercero vemos un estanque presidido por la "Fuente de las confidencias” (grupo escultórico), y una agradable pérgola donde Sorolla solía sentarse con su familia y hoy se sientan los visitantes. El jardín aísla el museo del bullicio de la calle y es apreciado por el público como un refugio apacible donde se escucha el rumor de las fuentes y se disfruta del color y el olor de la vegetación.


 El jardín de Sorolla no es sólo un hermoso espacio de encuentro, tranquilidad y esparcimiento familiar, es también un “locus amoenus”, un lugar idílico, un espacio idealizado donde se recrea el universo interior del artista, es "un refugio para pintar". En efecto, para Sorolla, como para otros artistas Europeos como Monet, su jardín era su refugio en el que desarrollar su pintura durante los años de la Primera Guerra Mundial. En sus cuadros siempre está presente el equilibrio entre dibujo y color, pero con las vibraciones de luz que imprime Sorolla a sus lienzos, que transmiten al espectador, sin artificios, la emoción de la naturaleza, de forma que en los cuadros de mar y playa, se siente el aire y el calor suave del sol poniente, se huele la humedad de la arena y el olor del salitre, se escucha el viento, el rumor de las olas, la bulla de los niños y el ruido de los bueyes, así mismo en los jardines, es el color de las flores y el perfume del ambiente.

 Emociona recordar que Sorolla, tras su viaje a Mallorca e Ibiza en septiembre de 1919, dedicó sus últimos meses de vida activa a pintar jardines y algún retrato, hasta que en junio de 1920 sufrió el ataque cerebral que le mantuvo postrado hasta su muerte mientras se encontraba, precisamente, retratando en el medio del jardín a la mujer del escritor Ramón Pérez de Ayala.


Fuente: www.culturaydeporte.gob.es/msorolla


Ramón Gijón, delineante proyectista.

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