El
jardín pintado.
La
fascinación de Joaquín Sorolla por la naturaleza y por la pintura
al natural no se manifestó sólo en sus famosos cuadros de mar,
playas, barcas, niños y pescadores, también fue un espléndido
pintor de jardines, tal como se muestra en obras dedicadas al jardín
doméstico de su casa que, perfectamente mantenida y abierta al
público, es el oasis que en el centro de Madrid, alberga el Museo
Sorolla. En 2016 el Museo Sorolla de Madrid exhibió “Tierra
adentro”, una exposición que para muchos fue el redescubrimiento
de la inmensa calidad del Sorolla pintor de paisajes interiores, una
pasión compartida con su amigo Aureliano de Beruete. Lejos de su
Levante, el Valenciano supo captar la luz diferente y los colores
pardos y verdes de la sierra de Madrid, de Asturias, de Cantabria y
del País Vasco.
Dentro
de la faceta de gran paisajista, el gusto de Sorolla por los jardines
se despertó en el Alcázar de Sevilla y en la Alhambra de Granada y
siguió desarrollándose a lo largo de su carrera. En particular, la
combinación de arquitectura y vegetación de la Alhambra y la
presencia constante del agua, el rumor de las fuentes y los reflejos
en las superficies de las albercas, típicos de los jardines
andaluces, toda esta
magia del Sur, fue captada
por el pintor levantino como nadie, ya
que
a
la
Alhambra Sorolla dedicó hasta 47 paisajes, realizados
durante
tres viajes en 1902, 1909, 1910 y 1917. Desde allí mantuvo el rito
de la correspondencia que con frecuencia casi diaria mantenía con su
esposa Clotilde incluyendo a veces entre las páginas del correo las
flores -azahar, violetas, claveles- que iba descubriendo mientras
plasmaba los rincones de los jardines Andaluces
y propagaba, como buen institucionista y regeneracionista, la
recuperación y protección de los jardines históricos Españoles.
(ver
art. el
jardín urbano)
También
la vegetación aparece con frecuencia como escenario de fondo de los
retratos de exterior de Sorolla, esto se vé en el retrato de Louis
Tiffany (1911) o el de su hija María vestida de labradora de
valenciana (1906), en ambos se percibe el esplendor de luz de un
telón frondoso de arbustos y flores sobre el que se perfilan las
figuras. Este tipo de configuración, mantiene un equilibrio de la
composición. Fue una innovación destacada en el modelo de retrato
Español, que siempre tenían fondos parcos y austeros.
De
esta manera,
el
Sorolla
maduro, enamorado y consagrado, mientras realizaba los grandes
murales de la Hispanic Society, encontró
el tiempo y la calma necesarios para profundizar en su faceta
paisajista y desarrolló
el proyecto íntimo y personal de crear su propio jardín, a
comienzos
de 1910 y con la construcción de su nueva casa en la calle Martínez
Campos de Madrid, Sorolla, (hoy
museo Sorolla),
diseñó un jardín Mediterráneo,
(ver
art. el
jardín mediterráneo)
inspirado
en la jardinería del renacimiento
Italiano
(ver
art. el
jardín en el renacimiento)
y
en la hispano árabe de Andalucía, (ver
art. el
jardín en el islam)
ambas
conocidas
por él.
A
estas dos influencias, se
añade la influencia de los jardines Valencianos,
con
sus
huertas perfumadas por los naranjos, el silencio de los patios
bañados por el sol y la humedad del mar, que Sorolla tanto
amaba y que nunca
dejó de pintar.
Allí
se pueden admirar los bocetos y dibujos a mano en los cuales el
artista, "pintor jardinero" como otros de su generación,
fue reflejando sus ideas sobre el proyecto de jardín y moldeando las
tres fases del mismo que podemos seguir recorriendo en la actualidad.
Y los elementos ornamentales del entorno, como fuentes, azulejos,
estatuas y columnas, que adquirió para decorar ese jardín. Cabe
mencionar que Sorolla no pinta sus jardines por encargo ni para
venderlos. Los crea para sí mismo, por lo tanto tienen un fuerte
componente emocional a la que se suma la pincelada espontánea
característica del Valenciano nos permiten distinguir en seguida los
jardines de Sorolla, siendo similares a los del Monet anciano, o
Lieberman, o los creados por otros grandes pintores contemporáneos,
como Santiago Rusiñol o Joaquín Mir.
El
acceso a la villa museo es atravesando el jardín, que rodea la villa
por dos lados. Este jardín consta de tres espacios, el primero está
inspirado en el Jardín de Troya del Alcázar de Sevilla, está
centrado en una fuente antigua de mármol y tiene como fondo el
pórtico por donde se entraba a la casa de Sorolla. El segundo se
inspira en el Generalife Granadino, y es de estilo neoárabe, con un
riad longitudinal enmarcado por surtidores y una pequeña alberca al
final del mismo. En el tercero vemos un estanque presidido por la
"Fuente de las confidencias” (grupo escultórico), y una
agradable pérgola donde Sorolla solía sentarse con su familia y hoy
se sientan los visitantes. El jardín aísla el museo del bullicio de
la calle y es apreciado por el público como un refugio apacible
donde se escucha el rumor de las fuentes y se disfruta del color y el
olor de la vegetación.
El
jardín de Sorolla no es sólo un hermoso espacio de encuentro,
tranquilidad y esparcimiento familiar, es también un “locus
amoenus”, un lugar idílico, un espacio idealizado donde se recrea
el universo interior del artista, es "un refugio para pintar".
En efecto, para Sorolla, como para otros artistas Europeos como
Monet, su jardín era su refugio en el que desarrollar su pintura
durante los años de la Primera Guerra Mundial. En sus cuadros
siempre está presente el equilibrio entre dibujo y color, pero con
las vibraciones de luz que imprime Sorolla a sus lienzos, que
transmiten al espectador, sin artificios, la emoción de la
naturaleza, de forma que en los cuadros de mar y playa, se siente el
aire y el calor suave del sol poniente, se huele la humedad de la
arena y el olor del salitre, se escucha el viento, el rumor de las
olas, la bulla de los niños y el ruido de los bueyes, así mismo en
los jardines, es el color de las flores y el perfume del ambiente.
Emociona
recordar que Sorolla, tras su viaje a Mallorca e Ibiza en septiembre
de 1919, dedicó sus últimos meses de vida activa a pintar jardines
y algún retrato, hasta que en junio de 1920 sufrió el ataque
cerebral que le mantuvo postrado hasta su muerte mientras se
encontraba, precisamente, retratando en el medio del jardín a la
mujer del escritor Ramón Pérez de Ayala.
Fuente:
www.culturaydeporte.gob.es/msorolla
Ramón
Gijón, delineante proyectista.
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